Serían las dos de la mañana cuando una mujer mayor (yo la echaba no más de 80 años) se acerca a la recepción. Me comenta que su marido se encuentra mal, dándome a entender que padece del corazón. Yo me ofrezco a llamar al hospital, pero la mujer rechaza mi oferta, pidiéndome que llame a otra mujer que se alojaba con ellos. Llamo a la habitación y le comunico lo sucedido. La mujer se reúne con la anciana en la habitación para ver al hombre cuando al rato me pregunta la dirección del hospital. Le entrego un plano y le indico la ruta.
- Parece sencillo, pero seguro que me pierdo.
Yo vuelvo a insistir en lo de llamar al hospital, y la mujer me pide que llame a una ambulancia medicalizada, para poder estabilizar al hombre (a todo esto, el hombre estaba bien, ¿eh? Había nervios, pero sabíamos disfrazarlos). Llamo a la ambulancia y a los pocos minutos (no más de quince) llegan. Finalmente se llevan al hombre al hospital (en observación). A la noche siguiente, pregunto a la compañera, y resulta que el hombre ya está de nuevo en el hotel.
La verdad es que en estos casos, uno acaba con los nervios a flor de piel, pero lo importante es saber controlarlos, tranquilizarse y seguir un único y sencillo paso: llamar a una ambulancia. Y suerte de que no llegó a más, porque la otra vez que pasó... No sé si ya lo he comentado en otro post, pero, resumiendo: bodas+alcohol+señor mayor = susto enorme.
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